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Acto de abandono

En tus manos, oh Dios, me abandono.
Modela esta arcilla,
como hace con el barro el alfarero.
Dale forma, y después, si así lo quieres, hazla pedazos.
Manda, ordena. “¿Qué quieres que yo haga?
¿Que quieres que yo no haga?.
Elogiado y humillado, perseguido,
incomprendido y calumniado, consolado, dolorido,
inútil para todo, sólo me queda decir a ejemplo de tu Madre:
“Hágase en mi según tu palabra”.
Dame el amor por excelencia, el amor de la Cruz;
no una cruz heroica, que pudiera satisfacer mi amor propio;
sino aquellas cruces humildes y vulgares,
que llevo con repugnancia.
Las que encuentro cada día
en la contradicción,
en el olvido, el fracaso, en los falsos
juicios y en la indiferencia,
en el rechazo y el menosprecio de los demás,
en el malestar y la enfermedad,
en las limitaciones intelectuales
y en la aridez, en el silencio del corazón.
Solamente entonces Tú sabrás que te amo,
aunque yo mismo no lo sepa.
Pero eso basta. Amén.