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La gracia del trabajo

Desde pequeño, Señor Jesús,
en un taller de artesano ganaste el pan con el sudor de tu frente.
Desde entonces el trabajo adquirió una alcurnia noble y divina.
Por el trabajo nos convertimos en compañeros
y colaboradores de Dios y en artífices de nuestra historia.
El trabajo es el yunque donde forja el hombre
su madurez y grandeza,
la harina con que amasa el pan de cada día.
Lo material, al pasar por las manos del hombre,
se transforma en vehículo de amor.
Hazme comprender, Señor,
cuánto amor entregan los que confeccionan abrigos,
siembran el trigo, barren las calles,
construyen las casas, arreglan las averías,
escuchan los problemas
o simplemente estudian para el trabajo y servicio del mañana.
Danos, Señor,
la gracia de ofrecerte el trabajo cotidiano como un gesto litúrgico,
como una misa viviente para tu gloria y el servicio de los hermanos.
Amén.