Señor Jesús, hermano de los pobres, frente al turbio resplandor de los poderosos te hiciste impotencia.Desde las alturas estelares de la divinidad bajaste al hombre hasta tocar el fondo.Siendo riqueza, te hiciste pobreza.Siendo el eje del mundote hiciste periferia, marginación, cautividad.Dejaste a un lado a los ricos y satisfechos y tomaste la antorcha de los oprimidos y olvidados, y apostaste por ellosLlevando en alto la bandera de la misericordia caminaste por las cumbres y quebradas detrás de las ovejas heridas.Dijiste que los ricos ya tenían su dios y que sólo los pobres ofrecen espacios libres al asombro; para ellos será el sol y el reino, el trigal y la cosecha, ¡Bienaventurados!Es hora de alzar las tiendas y ponernos en camino para detener la desdicha y el sollozo,el llanto y las lágrimas,para romper el metal ¿de las cadenasy sostener la dignidad combatiente,que viene llegando, implacable, el amanecerde la liberaciónen que las espadas serán enterradas en la tierra germinadora.Son muchos los pobres, Señor; son legión.Su clamor es sordo, creciente, impetuoso y, en ocasiones, amenazante como una tempestad que se acerca.Danos, Señor Jesús, tu corazón sensible y arriesgado; líbranos de la indiferencia y la pasividad; haznos capaces de comprometernos y de apostar, también nosotros, por los pobres y abandonados.Es hora de recoger los estandartes de la justicia y de la paz y meternos hasta el fondo de las muchedumbres entre tensiones y conflictos, y desafiar al materialismo con soluciones alternativas.Danos, oh Rey de los pobres la sabiduría para tejer una única guirnalda con esas dos rojas flores: contemplación y combate.Y danos la corona de la Bienaventuranza. Amén.