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Sufrimiento y redención

Señor, Señor ¿qué significa ser hombre? Sufrir a manos llenas.
Desde el llanto del recién nacido hasta el último gemido del agonizante, sufrir es el pan cotidiano y amargo que nunca falta en la mesa familiar.
Dios mío, ¿para qué sirve esa criatura desventurada del dolor? Es un despojo inútil. No tiene nombre, pero tiene mil fuentes y mil rostros, y ¿quién puede soslayarlo? A nuestro lado camina en la ruta que va de la luz a la tiniebla.
¿Qué podemos hacer con él? Es una criatura que brotó en el suelo humano como un hongo maldito sin que nadie lo sembrara ni lo deseara.
¿Qué hacemos con él? Me acuerdo de tu cruz, oh Pobre de Dios, Jesús de Nazaret; aquella cruz que Tú no la elegiste, sino que la asumiste, y no con alegría, sino con paz.
¿Para qué sirve esa comente caudalosa y sangrante del dolor humano? He ahí la cuestión: ¿qué hacer con ese misterio esencial y abrazador?
Las mil enfermedades, las mil y una incomprensiones, los conflictos íntimos, las depresiones y obsesiones, rencores y envidias, melancolías y tristezas, las limitaciones e impotencias, propias y ajenas, penas, clavos, suplicios...
¿Qué hacer con ese bosque infinito de hojas muertas? Oh Justo, Siervo obediente y sumiso del Padre; llegada tu Hora, después de estremecerte por el susto y espanto, te entregaste sosegado y aceptaste libremente el cáliz del dolor hasta agotar sus últimos y más amargos sedimentos.
Los hechos de la conspiración humana 110 cayeron, ciegos y fatales, sobre Ti, sino que Tú los asumiste voluntariamente al ver que, si los hechos ocurrieron, no fue por la maquinación humana sino porque el Padre los permitió. Y cargaste con amor la cruz.
Gracias por la lección, Cristo amigo. Desde ahora tenemos respuesta al interrogante básico del hombre: ¿qué hacer con el dolor?
No se vence el sufrimiento lamentándolo, combatiéndolo o resistiéndolo, sino asumiéndolo. Y, al asumir con amor la cruz, estamos no sólo acompañándote, Jesús Nazareno, en la subida al Calvario, sino colaborando contigo en la redención del mundo, y más todavía, “estamos supliendo lo que falta a la Pasión del Señor”.
La perfecta libertad está, pues, no sólo en asumir la cruz con amor sino en agradecerla, sabiendo que así asumimos solidariamente el dolor humano y colaboramos a la tarea trascendental de la redención de la Humanidad.
Gracias, Señor Jesucristo, por la sabiduría de la cruz.